El lenguaje de las flores no es negociable, Victoria —replicó al mismo
tiempo que se daba la vuelta para ponerse los guantes de jardinería.
Cogió la pala y empezó a remover la tierra donde yo había arrancado una docena de plantas buscando la cuchara.
¿Qué quiere decir que no es negociable? —pregunté. Di un sorbo a la infusión de menta, tragué e hice una mueca mientras esperaba a que mi estómago se calmara.
Quiere decir que sólo hay una definición, un significado para cada planta. Como el romero, que significa... Recuerdo —completé.
Exacto —confirmó Elizabeth, sorprendida. Y la aguileña... —Abandono. ¿Acebo? —Previsión. ¿Lavanda? —Desconfianza"
Cogió la pala y empezó a remover la tierra donde yo había arrancado una docena de plantas buscando la cuchara.
¿Qué quiere decir que no es negociable? —pregunté. Di un sorbo a la infusión de menta, tragué e hice una mueca mientras esperaba a que mi estómago se calmara.
Quiere decir que sólo hay una definición, un significado para cada planta. Como el romero, que significa... Recuerdo —completé.
Exacto —confirmó Elizabeth, sorprendida. Y la aguileña... —Abandono. ¿Acebo? —Previsión. ¿Lavanda? —Desconfianza"
Victoria Jones es huérfana y ha pasado sus dieciocho años de vida entrando y saliendo de numerosos hogares tutelados. Siempre ha sido una chiquilla “distante, irascible, hermética, impenitente, imprevisible y taciturna” o al menos esos son los defectos que arrastra su libreta de valoraciones.
Lo más cerca que ha estado nunca de conseguir una verdadera madre adoptiva fue cuando tenia nueve años, con Elizabeth, la única persona en su vida capaz de demostrarle un amor incondicional, de tener la suficiente paciencia como para conseguir ganarse su cariño.
“Cuando me fijé en Elizabeth, su cara reflejaba tanta emoción que no supe si estaba a punto de reír o llorar. Me abrazó, pasando los brazos por debajo de mis axilas y entrelazando las manos sobre mi pecho. —Mírate —me dijo—. Mi niña. En cierta manera, en ese momento sus palabras decían la verdad. Tenía la vaga sensación de ser una niña muy pequeña—una recién nacida, incluso—, arropada en sus brazos. Era como si la infancia que yo había vivido no me perteneciera a mí, sino a una niña que había sido sustituida por la que ahora veía en el espejo”
Durante el poco tiempo que pasó a su lado, aprendió a conocer el lenguaje de las flores, a expresarse a través de ellas. Sin sospechar lo útil que ello le iba a resultar en un futuro, conoció y memorizó cada uno de sus nombres científicos, sus significados.
“Te hablo del lenguaje de las flores —aclaró Elizabeth—. Tiene su origen en la era victoriana (de Victoria, como tu nombre), cuando la gente se comunicaba a través de las flores. Si un hombre le regalaba a una joven un ramo de flores, ella volvía presurosa a su casa e intentaba descodificarlo, como si fuera un mensaje secreto. Las rosas rojas significan amor, las amarillas, infidelidad. Los hombres tenían que elegir con cuidado las flores que regalaban”
Pero algo hizo Victoria que lo echó todo a perder, algo que generó en la niña un inmenso sentimiento de culpa, un lastre del que no sería nada fácil desprenderse y que propició que Elizabeth no pudiese adoptarla.
“¿De verdad crees que eres el único ser humano imperdonablemente defectuoso? ¿El único ser humano que ha sufrido casi hasta el punto de derrumbarse?
Me observó fijamente. Cuando desvió la mirada, supe que había entendido que sí, que yo me creía la única”.
Y ahora, ya alcanzada la mayoría de edad, la ley le obliga a emanciparse, abriéndose un mundo desconocido ante ella, al que deberá enfrentarse sin ningún apoyo, encontrar un trabajo, salir adelante.
“Mi inminente condición de vagabunda no había sido una decisión consciente; sin embargo, al levantarme para vestirme la mañana que iban a echarme a la calle, me sorprendió comprobar que no tenía miedo. En lugar de sentir temor o rabia, lo que notaba era expectación y nerviosismo, una sensación parecida a la que había experimentado de niña la vigilia de cada nueva asignación a una posible familia adoptiva. Ahora, ya adulta, mis esperanzas para el futuro eran sencillas: quería estar sola y rodeada de flores”.
Victoria sufrirá diversas calamidades, tendrá que dormir en un parque, pasará hambre, indigencia, hasta que Renata se cruza en su camino ofreciéndole un empleo en la floristería que regenta.
“Habría podido contratar a otra persona. Alguien menos imperfecto, quizá, o que al menos lo disimulara mejor. Pero no habría encontrado a nadie con tu talento para las flores, Victoria. Lo que tienes es un don. Cuando estás trabajando, te transformas completamente. Aflojas la mandíbula y te brillan los ojos. Tus dedos manipulan las flores con un respeto y una suavidad que hace imposible pensar que seas capaz de cualquier violencia. Nunca olvidaré la primera vez que lo presencié. Cuando te vi arreglando los girasoles en la mesa, tuve la impresión de que contemplaba a una chica totalmente diferente”.
A partir de ahí las cosas serán algo más fáciles, pero tampoco demasiado…
¿Conseguirá Victoria llevar una vida normal? ¿Qué será eso tan imperdonable que le hizo a Elizabeth? ¿Se reencontrará con ella algún día?