"Cuando era niña me basaba en la fecha de mi cumpleaños para entender la dimensión del tiempo. El antes y el después. El 11 de marzo de 1994, el día que mi mamá se fue, se convirtió en mi nuevo parteaguas para todo. Me preguntaba si mi mamá ya se había ido o no como referencia. Ahora creo que, sin duda, mi nuevo punto de partida será el 6 de noviembre de 1996: el día que maté a un hombre.
Creo que debería nombrar este día con un pseudónimo. El día de la pala, no. El día del ataque. No. El día del asesinato. No hay otra manera de nombrarlo, por mucho que me duela decirlo. Soy una asesina, a las cosas hay que decirles por su nombre, es lo que dice mi papá. Siento la saliva como nata en la garganta. Sé que después de esto nada podrá causar un mayor impacto en mi vida."
"Acá estoy, mamá, revuelvo bolsas de datos, naufrago en el infinito de la incertidumbre. Desesperada te busco, Nadiya, necesito algo más que las letras de tu nombre, para saber cómo estás y dónde, para que me cuentes quién soy, qué hacíamos cuando éramos una sola. ¿Me buscás vos también? Estoy como esas personas que dan vuelta toda la casa tratando de encontrar el par de anteojos que en realidad llevan colgado al cuello. Así, mamá, estoy, te llevo en el cuerpo. Acá estoy, soy esto, una hija de la técnica, una vida tarifada, un bicho del creacionismo.
Me hice cautiva de mi propia y única obsesión, quedé atrapada en un pantano gigante y espeso desde donde pretendía rastrear a la mujer que me había traído al mundo. La sola idea de comenzar a hacerlo, de pensar en formas posibles de hacerlo, constituía mucho más que un propósito: era el impulso que me mantenía con vida en esa gestación urbana que era el encierro."
"Lo digo en voz alta: Papá-nos-quiere, papá-nos-quiere, papá-nos-quiere, y pongo ante mí, como en un cine, la imagen de ese hombre que siempre dice mamá que da mucha lástima porque se quedaría desvalido sin ella, que si se enferma no quiere ir al médico y aguanta muchos días en cama sin apenas quejarse.
Mientras oigo sus zancadas en el pasillo, repito: Papá-me-quiere, papá-la-quiere, papá-nos-quiere. Le voy a dar un beso por compasión, porque no sabe lo que hace, porque tengo que poner la otra mejilla. Preparo la boquita convencida de mi perdón, también de su inocencia. Me someteré a lo que papá exija, porque he aprendido que si me resisto (¿patadas a su espinilla?, ¿gritos destemplados?, ¿llanto?), habrá un castigo aún peor que el del beso que me está robando...".
"Recordaba que la única vez que estuvo en casa de Guil percibió que algo no encajaba, si bien no sabría decir qué era exactamente. ¿De qué se trataba en realidad? ¿Que no era su casa? ¿Quizá que nadie vivía en ella? En la puerta de su casa no se indicaba su nombre, sino solo el número de la vivienda, y en el frigorífico no había nada de comida. Guil se disculpó diciendo que casi siempre comía fuera, aunque antes le había contado que sus hijas iban a veces a cenar a su casa.
La pastilla de jabón en el lavabo del cuarto de baño estaba ennegrecida y seca, como si no se hubiese usado desde hacía semanas, y en cambio Guil se lavaba muy a menudo las manos. Y había otras cosas que ya observó entonces, como el hecho de que no hubiera rastro de la bicicleta de la que le había hablado, ni en la casa ni en el portal de la vivienda".