
“El tiempo podía convertirse en un despilfarro de horas. Miguel empezó a comprenderlo a los pocos días de estar en la residencia. Para evitarlo, el secreto consistía en disimular el tedio aplicando una atención desmesurada a los pequeños gestos.
Observaba a sus nuevos vecinos: algunos estaban enfrascados en sus partidas de ajedrez, en la lectura de un libro o en los paseos alrededor del jardín principal; otros charlaban en corrillos, se gastaban bromas, discutían las noticias que aparecían en televisión o languidecían sentados en un sofá frente a las buganvillas esperando la visita de familiares y disimulando la decepción cuando nadie llegaba.
A fin de cuentas, allí todos estaban por lo mismo: estaban solos, o como si lo estuvieran, y habían llegado cargados de recuerdos, dolencias y manías.”
Observaba a sus nuevos vecinos: algunos estaban enfrascados en sus partidas de ajedrez, en la lectura de un libro o en los paseos alrededor del jardín principal; otros charlaban en corrillos, se gastaban bromas, discutían las noticias que aparecían en televisión o languidecían sentados en un sofá frente a las buganvillas esperando la visita de familiares y disimulando la decepción cuando nadie llegaba.
A fin de cuentas, allí todos estaban por lo mismo: estaban solos, o como si lo estuvieran, y habían llegado cargados de recuerdos, dolencias y manías.”
Mientras tanto, en la lejana ciudad sueca de Mälmo, la joven Yasmina, hija de inmigrantes marroquíes y que sueña con ser cantante, vive atrapada entre el cuidado de su autoritario abuelo Abdul y el desprecio de su madre, para quien Yasmina es una vergüenza porque trabaja para un sueco de pasado turbio. Y vive un romance secreto con el subcomisario de la Policía sueca, un hombre mayor e importante.
Estos tres personajes dibujan una historia sobre el sentido del amor y sobre lo extraordinarias que pueden llegar a ser las personas comunes.