"En la calle no había nadie. Nadie que desafiase el frío, y pasease junto a las empapeladas fachadas. Carteles de partidos políticos, de sindicatos, de agrupaciones pro-amnistía. Carteles con miradas en primeros planos, miradas que llamaban al cambio, a la lucha, a la democracia. Miradas perdidas, testigos mudos de lo que iba a suceder al otro lado de la calle.
El frío arrinconado en los bordillos resbalosos de las aceras y el silencio profundo de la noche, fueron los testigos del centelleo en la segunda planta del número 55 de la calle Atocha. Una ráfaga de disparos a la que siguieron los gritos rotos de los heridos.
EL portón se abrió y salieron los tres. Sin prisa, como quien acaba de hacer un recado. No había sirenas ni alarmas. Dejaban tras de si los gritos de auxilio. Gritos sangrantes, de gargantas abiertas por la metralla. Paso rápido y calle arriba dejaron de oirlos. Tan sólo el frío como compañero"
1977: España vive con ilusión, a la vez que con un poco de miedo el final del régimen franquista.
El ambiente pre-democracia está muy revuelto: atentados de ETA, secuestros del GRAPO, manifestaciones, huelgas, continuos altercados y trifulcas callejeras que incluso propician algunas muertes.
24 de Enero: es la denominada "semana trágica de la transición". Tres hombres entran en el número 55 de la calle Atocha. Se plantan en el despacho, ponen cara a la pared a los seis abogados comunistas que allí se encuentran y les disparan a quemarropa. Cinco de ellos mueren. Dolores es la única superviviente.
Al año se celebra el juicio contra los tres detenidos y supuestos autores materiales de los hechos: Cerrá, Juliá y Tejada. Pero éste último recibe un extraño, a la vez que oportuno permiso carcelero y huye. De él, nunca más se supo…
Hasta aquí lo real, la base de los sucesos que le han servido de maqueta al autor para dejar volar su imaginación y poder ofrecernos la siguiente historia ficticia:
Más de treinta años después, en la comisaría donde Silva trabaja, se recibe un anónimo con un listado de nombres de ex-guardias civiles, agentes del SECED (servicio de inteligencia español durante el régimen franquista) y ex-militares. Empeñado en llegar hasta el fondo del asunto, su camino se cruza con el de Cris y David, investigando todos en la misma dirección (estos últimos también están reuniendo información para escribir juntos un articulo que Antonio, el jefe de redacción de un importante periódico, les ha encargado).
Así pues un policía, un ex-abogado y una periodista recién licenciada, volverán a meter el dedo en la llaga, sospechando que quizás aquello no fue un asesinato sin planificar de tres pirados sin más, y que entre las cabezas pensantes bien podían haber estado miembros del gobierno, altos cargos y agentes del servicio de inteligencia español.
"Y dejó expuesto a la opinión pública que el atentado no había sido un ataque aislado de tres locos ultraderechistas, que no había sido una idea improvisada, y que sus responsables no fueron tan solo los que apretaron el gatillo. Sino que contaron con el respaldo, el apoyo y la iniciativa de personas con mayor responsabilidad política y poder. Personas que quedarían para siempre en la sombra de la historia, personas con rastro de sangre y olor a pólvora, personas que nunca se sentarían en el banquillo y que quizás morirían tranquilamente en una cama. Pero personas menos personas, menos humanas, menos vivas. Cenizas de un tiempo gris que ya se había agotado, superado por nuevos ideales, nuevas generaciones valientes y nuevas vidas que vivir"
Revisando los documentos de aquel caso tanto tiempo ya cerrado, localizarán a Rafael (uno de los instigadores y cabecillas de los crímenes) y a sus secuaces, e inevitablemente, nuestros tres protagonistas se irán metiendo en las fauces del lobo por hurgar demasiado en el pasado, y ya no habrá vuelta atrás...
¿Conseguirán desentrañar el verdadero móvil de los asesinatos, lo que se quería conseguir con ellos? ¿hasta donde serán capaces de llegar?
"Rafael y los suyos buscaban una respuesta, buscaban que la izquierda se rebelase, que salieran a las calles y se iniciase una espiral de violencia, una escalada de enfrentamientos entre unos y otros que terminase necesitando de un severo golpe en la mesa para detenerlo. Pero aquello no era lo que esperaron. La violencia no se desencadenó como ellos esperaban, la izquierda no reaccionó y de hecho parecía que a ojos de la opinión pública conseguían mayor respeto y credibilidad"