De un tiempo a esta parte, tengo la costumbre de leer dos libros al mismo tiempo. Uno tocho y pesado para leer en casa tranquilamente en el sofá o en la cama y otro fino, ligero y de tapas blandas, para llevar en el bolso cuando salgo de casa.
Y "Seda" es uno de estos últimos, que por ser fino, se lee en dos sentadas. Las críticas que había leído con antelación, siempre habían sido buenas, o más que buenas y esto, unido a que ya disfruté mucho con otro libro de este mismo autor, también descrito en este blog ("Novecento, la leyenda del pianista en el océano"), hizo que me decidiera a saborearlo.
Y realmente lo he saboreado. Me gustaría saber explicar lo que este novelista, dramaturgo, y periodista italiano me transmite, con su estilo tan particular, siempre mezclando narrativa con cuento, un toque de ficción y poesía, que te hace percibir un tono musical y etéreo en cada una de sus frases.
Ambientado en el año 1861, Lavilledieu, un pueblecito de la Francia meridional que vivía de el comercio de la seda.
Hervé Joncour compraba y vendía gusanos y sus huevos. En aquella época, casi todos los viveros europeos sufrían la epidemia de pebrina, que malograba el cien por cien de los mismos. Por eso, todos los años, a principio de enero, partía rumbo a Asia, Egipto, abandonando a su mujer Héléne durante unos pocos meses.
"Atravesaba mil seiscientas millas de mar y ochocientos kilómetros de tierra. Seleccionaba los huevos, discutía el precio, los compraba. Después, retornaba. Atravesaba ochocientos kilómetros de tierra y mil seiscientas millas de mar y volvía a Lavilledieu, generalmente el primer domingo de abril, generalmente a tiempo para la misa mayor"
Pero muy pronto la epidemia se extiende por el mundo y Baldabiou, el mayor terrateniente del pueblo, dueño de siete hilanderías, llegó a la conclusión de que la única manera de tener huevos sanos era comprarlos en Japón.
Hervé fue el elegido para tamaña empresa, preguntando al enterarse: "¿Y donde quedaría, exactamente, ese Japón? Baldabiou levantó el extremo de su bastón, apuntando con él más allá de los tejados de Saint-August y dijo: siempre recto, hasta el fin del mundo"
Y así, en su primer viaje a Japón, conoció a un hombre peculiar, Hara Kei, el que le iba a proporcionar los huevos de los gusanos de seda y a aquella mujer, "de ojos sin sesgo oriental, cuyo rostro era el rostro de una muchacha" y a la que nunca llega a escuchar su voz
En el segundo viaje, ella le entrega una hoja de papel, con unos ideogramas dibujados en japonés. A su regreso a Lavilledieu, visita a madame Blanche, una japonesa dueña de un burdel, que en los dedos, como si fuesen anillos, llevaba unas pequeñas flores de color azul intenso. Se la tradujo: "regresad o moriré", decía la nota.
En el tercero, ella le buscó: "Se acercó, le cogió una mano, se la llevó a la cara, la rozó con los labios y después... desapareció en la noche, como una pequeña luz que huye"
Cuando llega el momento de hacer el cuarto y último viaje, Japón está en guerra y es peligroso entrar en el país. Tanto Baldabiou como su esposa intentan disuadirlo, pero él insiste en que quiere volver a ese país.
Y vuelve, viéndola por última vez en una caravana que huye de su aldea, pero "Hervé Joncour no sintió que ninguna explosión deshiciera su vida" y regresa junto a Héléne con un puñado de huevos inservibles, muertos.
Seis meses después de su regreso, recibe un sobre color mostaza con siete hojas de papel, con tinta negra e ideogramas japoneses.
Vuelve a ver a madame Blanche, para que se la traduzca. La carta empieza de la siguiente manera: "Sigue así, quiero mirarte, yo te he mirado mucho, pero no eras para mi, ahora eres para mi, no te acerques te lo ruego, quédate donde estás, tenemos una noche para nosotros y yo quiero mirarte, nunca te he visto así, tu cuerpo para mi, tu piel, cierra los ojos y acaríciate, te lo ruego" Y acaba así:"No nos veremos más, señor. Lo que era para nosotros lo hemos hecho, y vos lo sabéis. Creedme, lo hemos hecho para siempre. Preservad vuestra vida resguardada de mí. Y no dudéis ni un instante, si fuese útil para vuestra felicidad, en olvidar a esta mujer que ahora os dice, sin añoranza, adiós".
Al cabo de unos años Héléne muere y un día "al acudir al cementerio, halló, junto a las rosas que cada semana depositaba sobre la tumba de su mujer, una coronita de minúsculas flores azules"
Es evidente que hay mucho que aprender acerca de esto. Creo que hizo algunas cosas buenas en características también. Sigue trabajando, gran trabajo!
ResponderEliminarMe lo he leido entero (el post). Esta muy bien escrito y el libro tiene pinta de ser recomendable, pero un poco triste no? UN BESO!
ResponderEliminarBonita reseña, veo efectivamente que a ti también te tocó la fibra este libro. Voy a curiosear tu otra reseña de Alessandro Baricco, porque estoy interesada en leer más libros suyos pero no sé por donde empezar. A ver si puedes orientarme.
ResponderEliminar¡Un saludo!
Hola Carol, pues Novecento... me gustó también mucho. Me encanta la forma que tiene este autor de escribir.
ResponderEliminarBesos