Conoce a Dewey leemáslibros, el gato que inspiró el título de mi blog


27 de noviembre de 2010

"SEDA" de Alessandro Baricco


De un tiempo a esta parte, tengo la costumbre de leer dos libros al mismo tiempo. Uno tocho y pesado para leer en casa tranquilamente en el sofá o en la cama y otro fino, ligero y de tapas blandas, para llevar en el bolso cuando salgo de casa.

Y "Seda" es uno de estos últimos, que por ser fino, se lee en dos sentadas. Las críticas que había leído con antelación, siempre habían sido buenas, o más que buenas y esto, unido a que ya disfruté mucho con otro libro de este mismo autor, también descrito en este blog ("Novecento, la leyenda del pianista en el océano"), hizo que me decidiera a saborearlo.

Y realmente lo he saboreado. Me gustaría saber explicar lo que este novelista, dramaturgo, y periodista italiano me transmite, con su estilo tan particular, siempre mezclando narrativa con cuento, un toque de ficción y poesía, que te hace percibir un tono musical y etéreo en cada una de sus frases.

Ambientado en el año 1861, Lavilledieu, un pueblecito de la Francia meridional que vivía de el comercio de la seda.

Hervé Joncour compraba y vendía gusanos y sus huevos. En aquella época, casi todos los viveros europeos sufrían la epidemia de pebrina, que malograba el cien por cien de los mismos. Por eso, todos los años, a principio de enero, partía rumbo a Asia, Egipto, abandonando a su mujer Héléne durante unos pocos meses.

"Atravesaba mil seiscientas millas de mar y ochocientos kilómetros de tierra. Seleccionaba los huevos, discutía el precio, los compraba. Después, retornaba. Atravesaba ochocientos kilómetros de tierra y mil seiscientas millas de mar y volvía a Lavilledieu, generalmente el primer domingo de abril, generalmente a tiempo para la misa mayor"


Pero muy pronto la epidemia se extiende por el mundo y Baldabiou, el mayor terrateniente del pueblo, dueño de siete hilanderías, llegó a la conclusión de que la única manera de tener huevos sanos era comprarlos en Japón. 


Hervé fue el elegido para tamaña empresa, preguntando al enterarse: "¿Y donde quedaría, exactamente, ese Japón? Baldabiou levantó el extremo de su bastón, apuntando con él más allá de los tejados de Saint-August y dijo: siempre recto, hasta el fin del mundo"

Y así, en su primer viaje a Japón, conoció a un hombre peculiar, Hara Kei, el que le iba a proporcionar los huevos de los gusanos de seda y a aquella mujer,
"de ojos sin sesgo oriental, cuyo rostro era el rostro de una muchacha" y a la que nunca llega a escuchar su voz    

En el segundo viaje, ella le entrega una hoja de papel, con unos ideogramas dibujados en japonés. A su regreso a Lavilledieu, visita a madame Blanche, una japonesa dueña de un burdel, que en los dedos, como si fuesen anillos, llevaba unas pequeñas flores de color azul intenso. Se la tradujo:
"regresad o moriré", decía la nota.

En el tercero, ella le buscó:
"Se acercó, le cogió una mano, se la llevó a la cara, la rozó con los labios y después... desapareció en la noche, como una pequeña luz que huye"  

Cuando llega el momento de hacer el cuarto y último viaje, Japón está en guerra y es peligroso entrar en el país. Tanto Baldabiou como su esposa intentan disuadirlo, pero él insiste en que quiere volver a ese país. 


Y vuelve, viéndola por última vez en una caravana que huye de su aldea, pero "Hervé Joncour no sintió que ninguna explosión deshiciera su vida" y regresa junto a Héléne con un puñado de huevos inservibles, muertos.

Seis meses después de su regreso, recibe un sobre color mostaza con siete hojas de papel, con tinta negra e ideogramas japoneses.

Vuelve a ver a madame Blanche, para que se la traduzca. La carta empieza de la siguiente manera:
"Sigue así, quiero mirarte, yo te he mirado mucho, pero no eras para mi, ahora eres para mi, no te acerques te lo ruego, quédate donde estás, tenemos una noche para nosotros y yo quiero mirarte, nunca te he visto así, tu cuerpo para mi, tu piel, cierra los ojos y acaríciate, te lo ruego" Y acaba así:"No nos veremos más, señor. Lo que era para nosotros lo hemos hecho, y vos lo sabéis. Creedme, lo hemos hecho para siempre. Preservad vuestra vida resguardada de mí. Y no dudéis ni un instante, si fuese útil para vuestra felicidad, en olvidar a esta mujer que ahora os dice, sin añoranza, adiós".

Al cabo de unos años Héléne muere y un día
"al acudir al cementerio, halló, junto a las rosas que cada semana depositaba sobre la tumba de su mujer, una coronita de minúsculas flores azules" 
 No se lo pensó dos veces y comienza a buscar a madame Blanche que ahora vive en París. Cuando la encuentra, le dice nada más verla: "aquella carta la escribisteis vos, ¿verdad?. Tras un silencio, contesta: Aquella carta la escribió Héléne. La traía ya escrita cuando vino a verme. Me pidió que la copiara en japonés. Quiso incluso leérmela, aquella carta. Tenía una voz muy hermosa. Y leía aquellas palabras con una emoción que no he conseguido olvidar. Era como si fueran de verdad suyas. ¿sabéis Monsieur?, yo creo que ella hubiera deseado, más que cualquier otra cosa, ser "aquella mujer". Yo se que es así"
Historia mágica, melancólica, tierna, seductora.

23 de noviembre de 2010

"EL RAPTO DEL CISNE" de Elisabeth Kostova


No soy de las que se leen varios libros seguidos del mismo autor, por mucho que me apasione una lectura. Más bien prefiero picotear y conocer otros estilos de narrativa.

Pero en este caso he repetido con Elizabeth Kostova. Me leí su primera novela "La Historiadora" (2005), producto de una exhaustiva labor de investigación, donde entremezcla la realidad con la ficción, convertida en best seller en Estados Unidos y en algunos países europeos y que a mí, personalmente, no me emocionó.

Tengo que decir que ha sido un regalo de una amiga (la misma que me regaló La Historiadora) y que lo he devorado con ganas. Como a la mitad del libro reconozco que me atasqué un poco, aunque en ningún momento se me pasó por la cabeza abandonarlo, en seguida volvió a captar toda mi atención.

¿De qué trata esta historia? Pues os diré que habla del Impresionismo, (mi corriente de arte preferida), de artistas, de cuadros, de genios, de enfermos y enfermedades mentales, de amor y desamor…

Uno de los dos protagonistas, Andrew Marlow, psiquiatra que ya ha pasado la cincuentena y  pintor en sus ratos de ocio, recibe un día la llamada telefónica de su amigo el doctor John García, exponiéndole lo acaecido a su paciente Robert Oliver, pintor de profesión, detenido por intentar acuchillar un cuadro de la Galería Nacional de Arte en Washington.

Le pide a Marlow que se encargue de su terapia en el centro para enfermos mentales donde él trabaja, ya que desde su detención no ha pronunciado ni una palabra. Bueno, sí, antes de caer en el mutismo más absoluto, la única frase que sale de sus labios es “lo hice por ella”

Pero ¿Quién es ella?

Muy pronto, este caso clínico pasa de ser una motivación profesional, a una obsesión en la que se ve inmerso, casi sin darse cuenta.

Indaga e indaga en su vida pasada, en las relaciones con su ex mujer, con su ex amante, en unas cartas de amor en manos de su misterioso paciente, escritas a finales del siglo XIX entre Béatrice de Clerval y Olivier Vignot, dos pintores envueltos en una trama de extorsiones y traiciones en el Impresionismo francés de esa época.

Poco a poco se da cuenta de un hecho insólito: Robert está obsesionado y enamorado de “ella”, Béatrice, fallecida hace más de un siglo y a la que pinta de forma compulsiva, desde que la vio por primera vez en un lienzo de la Galería Nacional. En su larga carrera profesional, nunca se ha enfrentado a un caso parecido.



Tras descubrir todos los entresijos de la historia, y los motivos de la pérdida de cordura de su paciente, consigue las claves para su curación. Tendrá que estar toda la vida con un tratamiento exhaustivo, pero parece que volverá a ser una persona “normal”. Y lo pongo entre comillas, porque Robert siempre ha sido un tipo peculiar, raro, extraño, distinto, en definitiva un gran artista.

La autora intercala las pesquisas de Marlow, con la narración de la vida personal del psiquiatra, que comienza una relación amorosa con Mary, la ex amante de Robert.

Ha sido una grata sorpresa para mí el hecho de que en el libro que hoy describo, Kostova ha obviado las descripciones demasiado meticulosas sobre cualquier ambiente, objeto o situación que hacía en La Historiadora, algo que en el fondo temía un poco.