Pasaje destacado
"Lo que tuvo mi madre fue un conflicto demasiado pronto. Se quedó embarazada a los dieciséis. Y a los ocho meses quiso tirarse por un puente. Ahí estábamos: ella y yo dentro de ella. Con los coches pasando por debajo. Durante un segundo las dos estuvimos muertas. Soltó una de las manos y se inclinó hacia delante. Ahí estuvimos muertas. Algo instintivo y mamífero la hizo balancearse hacia atrás y fue cuando empezamos a estar vivas. «Me diste una patada», me contó mucho después, «y pensé que era mi corazón que había vuelto a latir. Pero ya ves, solo eras tú».
No deja de resultarme fascinante que nuestra relación se iniciara antes de que yo naciera. Ya en ese puente las dos gestamos nuestros roles. El ratón y el gato. El coyote y el correcaminos. He tenido que darle muchas patadas después para que respirara, para que vomitara, para que abriera los ojos y me diera de comer."
No deja de resultarme fascinante que nuestra relación se iniciara antes de que yo naciera. Ya en ese puente las dos gestamos nuestros roles. El ratón y el gato. El coyote y el correcaminos. He tenido que darle muchas patadas después para que respirara, para que vomitara, para que abriera los ojos y me diera de comer."
Los puntos fuertes de la novela
✔ El comienzo ya apunta maneras, imposible no seguir leyendo:
Mi madre es divina y suicida, como las mujeres norteamericanas de los años cincuenta que se cansaban de sus maridos y metían la cabeza en el horno en el que iban a hacer la tarta de cumpleaños. O que se atiborraban de barbitúricos. Ya no se pueden conseguir los barbitúricos debido al brutal número de suicidios que los pusieron de moda. Pienso mucho en esas mujeres: no querían casarse, y se casaron; no querían tener hijos, y los tuvieron; no querían jabón para abrillantar suelos y lo terminaron comprando. Mi madre no soporta ese desfase entre lo que quiso y lo que tuvo. Supongo que en eso nos parecemos. Yo no quería una madre como ella, y es todo lo que tengo.
✔ La trama, peculiar, distinta, te agarra desde que empiezas a leer y no te suelta hasta que lo terminas: pronto sabremos que la mujer que narra en primera persona a veces en presente, a veces en pasado recordando algo y dirigiéndose directamente al lector, es una asesina a sueldo que mata ancianas por encargo de hijos, sobrinos, familiares que quieren quitárselas de encima por los motivos que sean. Lleva tiempo haciéndolo, de hecho, es lo que mejor sabe hacer, eso e intentar que su madre no se quite la vida. Resulta curiosa esa dualidad, ella matando y su madre queriéndose matar continuamente. Los encargos vienen solo por parte de hombres, nunca de mujeres y saben de ella a través del boca a boca, por medio de clientes que han quedado satisfechos con el trabajo realizado y que la recomiendan a otros potenciales clientes necesitados de sus servicios.
Con lo de las ancianas pasa un poco como con las bodas o con lo de ser padres. Una vez que alguien del grupo cae, le va tocando al resto. Y me van llamando en secreto. Tengo otro encargo derivado de un antiguo cliente. Un amigo de un amigo de un amigo de un amigo. Algo así.
Su modus operandi: hacerse pasar por una chica de la limpieza contratada por el familiar y meterle alguno de sus cócteles (es toda una experta en combinaciones de químicos según el perfil de sus víctimas), en la bebida o en la comida de su nevera.
Mato con las pastillas que le voy robando a mi madre de sus intentos de suicidio. Tenemos un arsenal en casa que podría derribar a cualquier mastodonte. Leo los prospectos y aprendo combinaciones mortales. Anticoagulantes y benzodiacepinas. Dabigatrán y Diazepam. También, gracias a ella, sé que es bastante difícil matarse con ciertas cosas. Por ejemplo, con una sobredosis de Orfidal.
Todo va bien, como siempre, hasta que recibe una encomienda distinta que le trastocará todo: Iván, el hijo de una mujer de sesenta y cuatro años quiere que mate a su madre, que, aunque no es técnicamente una anciana, está supuestamente enferma y tiene los pulmones atrofiados por una escoliosis. Una mujer deslumbrante. . .
Lo primero que siento cuando Lucía dice su nombre es que quiero salir corriendo. Iniciar una maratón y no girar la cabeza hasta que lleve cuarenta kilómetros como mínimo. Lo sé por el movimiento de mi corazón hacia afuera. Y porque lo veo irse palpitando lejos de mí y ya lo echo de menos.
Se trata de Lucía, que vive sola en una caravana y que lleva pegado a ella una máquina de oxígeno a la que le ha puesto incluso un nombre, Ben, para que la puedan confundir con un marido. Hace tiempo que no se habla con los hijos por algo sucedido en el pasado.
Encantada Ben, digo yo, y las dos nos reímos. Me acerco al tanque de oxígeno y lo toco. Está tan frio como la frente de un muerto. No está mal ¿no? No, y suena a que es mucho mejor que un marido. Lucía se ríe con ganas. Pues sí, la verdad. Los maridos te quitan el aire y Ben me lo da.
¿Podrá nuestra asesina enamorarse de su víctima? ¿Qué pasará? ¿Será capaz de matarla?
✔ Los personajes: no hay muchos, pero los más importantes, los tres que arrastran el peso de casi toda la historia son:
▶︎ La protagonista: no sabemos cómo se llama porque ella no se nombra a sí misma y los hombres que le hacen los macabros encargos pues tampoco lo saben ni lo quieren saber. Ella nos habla de su madre suicida, nos hace saber que la quiere pero que no es correspondida y en su relato va alternando pensamientos, sentimientos del presente, con otros del pasado, de su niñez.
Tiene un corazón desbordado de tristeza y también mucha imaginación. Pasa la vida imaginando lo que harán, habrán hecho o van a hacer las personas que la rodean, tanto conocidas como desconocidas. Eso le da un toque curioso a la novela.
Voy imaginando en qué otros lugares han estado estos dedos. En Albuquerque, rellenaron un pavo justo antes de dejar al descubierto el glande de la punta de una polla. El chico de la polla estaba a un palmo de la bandeja y el jugo terminó salpicando la encimera. Todo el mundo alabó la receta después. «¿No os parece que estaba de rechupete?», preguntó ella antes de pasarse un rato riéndose en la mesa.
Le gustaría poder cambiar a su madre, tener una madre normal, humana, capaz de emocionarse, de llorar, de abrazar, de quererla, no esa pared con la que se topa cuando va a verla a la carísima residencia psiquiátrica donde la tiene ingresada y que paga con "el sudor de su frente".
Durante mucho tiempo llegué a pensar que ese era el problema, que se le quedaba toda la tristeza acumulada, en forma de hojas o de palos sueltos, y que ella era como una especie de río estancado que no podía fluir. Y que yo era como un castor que quería sacar todo de ahí, «venga, venga, venga», y llevarlo a otra presa sin conseguirlo.
▶︎ La madre es todo un personaje y tiene un fondo muy cómico: desconoce el verdadero “trabajo” de su hija, ella cree que cuida viejitas, que les da de comer y las saca a pasear. Está bastante mal de la cabeza y es totalmente desapegada, no sabe amar, nunca quiso ni a su propia madre ni quiere a su hija, y su único deseo es suicidarse, aunque lo ha intentado fallidamente en varias ocasiones
Mi madre solo es peligrosa consigo misma y normalmente sabe comportarse, pero a veces le dan ataques de rabia incontrolables. No sé cuántas noches ha pasado ya internada en la Unidad de Agudos desde que está aquí. «Imagínate una pantalla con interferencias», me dijo una vez su psiquiatra, «algo así le ocurre al cerebro de tu madre por dentro. Se le descompensan los niveles de serotonina y la medicación no puede controlar siempre esas bajadas».
▶︎ Lucía: tiene tres hijos que quieren deshacerse de ella, matarla, y la asesina no lo entiende, porque es magnética, divertida, guapa, interesante. . .
Es todo luz en una casa en la que casi no entra luz de afuera. Todo me parece suave y lento cerca de Lucía. Es su voz. Cuando habla un rato es como si estuviera a punto de desfallecer, a punto de quedarse sin aliento. Creo que podría morirse así, hablando hasta vaciar el tanque de oxígeno. También creo que podría matarla solo quedándome aquí y hablando toda la noche con ella.
Tampoco entiende que una víctima suya haya conseguido realmente descolocarla y despertar sentimientos en ella que supuestamente una asesina a sueldo nunca debería experimentar, como el cariño, la ternura y la piedad. Y es que desde el primer momento ambas se entienden, se divierten juntas, tienen en común bastantes cosas, entre otras que sus respectivas madres no las han querido nunca, ni las quieren.
¿Tampoco te quiso tu madre? Creo que le daba alergia el amor, dice. ¿Y por qué no nos quieren?, pregunto. ¿Quién las quiso a ellas? Cuando tengo rabia, me pongo ahí y perdono. Luego me vuelvo a enfadar, pero ya he perdonado o he renunciado a intentar entender. Con más razón deberían querernos, digo. Pero no pueden. «Cuando me siento a salvo, puedo amar», lo dijo la poeta Louise Glück. ¿Has visto a tu madre alguna vez a salvo?
También tenemos a Rodri, su mejor amigo y también amigo de su ex novia Mona, no sabe a lo que realmente se dedica, pero la cuida, la protege y la hace sentir bien. Tiene una tienda debajo de su casa.
Nos conocimos hace un par de años, en uno de los peores picos de mi madre. Yo bajé a comprar comida a la tienda de Rodri porque era lo que más cerca me quedaba. «Tengo a mi madre a punto de abrirse las venas en la bañera», le dije, y él me contestó «pues que se espere cinco minutos, cariño, tengo que reponer». Nos caímos bien al momento.
Y a Gloria, la vecina de la caravana de enfrente a la de Lucía, con la que la asesina también hace muy buenas migas.
✔ El humor es uno de los puntos más fuertes de esta novela, ese cierto toque de humor negro que destilan sus páginas y que te saca innumerables sonrisas durante la lectura.
Me gusta trabajar de día. El sol es algo que nadie se espera encontrar cuando va a cometer un asesinato, pero es como descubrir de repente un chicle de menta en un bolsillo que no sabías ni que existía. De los que muerdes y te hacen sentir bien. De verdad, te vuelves a casa un poco menos pesada. Más limpia. La luz del sol puede hacer que una escena de terror se convierta en algo bellísimo.
✔ La prosa: afilada e incisiva, bonita, magnífica. . .
Cuando alguien se va, hay que revisarse el cuerpo por dentro. Mirarse los órganos. Y las pupilas. Las pupilas sobre todo. Hay que arrancárselas y sacarlas fuera y hacer que miren otra vez el mundo. Hay que ponerlas en un desesperado intento de salvación aparte. Porque lo único seguro es que lo que veías ya no vas a poder volver a verlo nunca más. Ni siquiera es porque se fuera, es por todo lo que se llevó. ¿Qué hace la gente con todo el amor que se lleva?
✔ Curiosidades, en las Notas del final la autora nos cuenta varias cosas interesantes: como que concibió la novela en los dos peores años de su vida cuando estaba totalmente hundida, metida en un pozo, a oscuras y sin luz, me pregunto sí quizás escribirla fue su manera de sacar toda esa oscuridad afuera.
Y que “este libro es también un juego literario. Me he permitido desenterrar a algunas de mis escritoras favoritas (Sylvia Plath, Patricia Highsmith, Miriam Towers, Ottessa Moshfegh, Emily Austin, Kathy Acker y a Lucia Berlin, entre otras) para dialogar con sus vidas, con sus muertes y con fragmentos elegidos de sus obras. Tengo la esperanza de que esta novela, absolutamente ficticia, sirva de homenaje a todas ellas”.
Además, sabremos que el título se le ocurrió a raíz de una clase a la que asistió de Fernando Castro Flórez (un crítico de arte) sobre escritores y artistas. Parece que la autora andaba por entonces fijándose en las imágenes de la piedad que iba encontrando por la vida, porque sentía que algo tenían que decirle. En una de las diapositivas mostradas, apareció de repente la piedad que había recreado Beyoncé para uno de sus videoclips. Fernando dijo: «aquí podéis ver un momento de ternura y de piedad», y de ahí sacó la idea.
Si quieres matar a alguien, puedes empezar haciéndole el vacío. Seguro que has visto cuchillos que cortan menos. Pero no te estoy descubriendo nada que no sepas, ¿a que no? Todos llevamos un pequeño asesino en nuestro silencio.
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