“¿Qué milagro llevaría consigo su fuego? Para empezar, en su casa nunca volvería a oírse el sonido de cosas que se rompían. El olor amargo del miedo ya no impregnaría la atmósfera. Alice cultivaría un huerto de hortalizas y no la castigarían por equivocarse de pala. Aprendería a ir en bicicleta sin necesidad de que su padre, furioso, le tirara del pelo hasta casi arrancárselo porque ella no conseguía mantener el equilibrio.
Las únicas señales que necesitaría interpretar serían las del cielo, y ya no las sombras y las nubes que atravesaban el rostro de su padre y la alertaban de si se trataba del monstruo o del hombre capaz de transformar un eucalipto en un pupitre.”
Las únicas señales que necesitaría interpretar serían las del cielo, y ya no las sombras y las nubes que atravesaban el rostro de su padre y la alertaban de si se trataba del monstruo o del hombre capaz de transformar un eucalipto en un pupitre.”
Alice Hart, una niña australiana de nueve años, se despierta en el hospital tras un incendio que ha arrasado su casa, le ha arrebatado a sus padres y la ha dejado muda. Su único familiar es la abuela paterna, June, que dirige una plantación de flores en la que acoge a mujeres que atraviesan circunstancias complicadas. En el ambiente sosegado y luminoso de la granja, la chica recupera poco a poco la voz y la confianza en sí misma mientras se va haciendo mayor y aprende el lenguaje de las flores autóctonas y los sentimientos que éstas expresan, un tiempo feliz cuya placidez se verá truncada tras una traición y una pérdida irreparables.
Así, a los veintiséis años, Alice decide escapar sin dejar rastro y refugiarse en un rincón del desierto central; sin embargo, en este paisaje tan espectacular que parece de otro mundo, y sin la protección de las flores, se sentirá vulnerable, a merced del amor de un hombre carismático y de un pasado que no deja de acecharla.