“Aquí está todo lo importante, hijo mío. Las cosas que importan, las realmente importantes, están todas en estos libros que ves ahí.
Las que alimentan el corazón están ahí. Los viajes más hermosos, las aventuras más increíbles, las grandes pasiones humanas están todas ahí, en esos libros imprescindibles. Y son todos para ti.
Hoy, tanto tiempo después, al volver a traer a mi mente esas palabras sé, sin duda alguna, que era cierto lo que me decía y comprendo el sentido profundo de lo que quiso decirme”
Las que alimentan el corazón están ahí. Los viajes más hermosos, las aventuras más increíbles, las grandes pasiones humanas están todas ahí, en esos libros imprescindibles. Y son todos para ti.
Hoy, tanto tiempo después, al volver a traer a mi mente esas palabras sé, sin duda alguna, que era cierto lo que me decía y comprendo el sentido profundo de lo que quiso decirme”
En sus últimos años insistía mucho en eso y nos lo dijo a todos: que en cuanto se jubilase no se despegaría de los libros, de sus enormes bibliotecas, porque eran tantos los volúmenes que había atesorado durante su vida que los tenía repartidos entre la casa y el despacho. Eso era lo que quería para su jubilación: sumergirse en aquellos volúmenes que, gracias a él, alimentaron mi infancia de fantasía.En sus primeras horas de duelo, a Antonio hijo (Toni) no hacen más que venirle a la cabeza esos retazos inolvidables de su infancia acurrucado detrás de la montaña de papeles de su escritorio en la Redacción del periódico, tantas tardes felices de su niñez con él.
Al día siguiente del entierro, por más que Celia (su compañera en la editorial de la que también está enamorado) intenta disuadirle para que se quede en casa descansando, esforzándose por simular aparente normalidad, Toni acude como cada mañana al trabajo sin sospechar la cara que se le va a quedar cuando abra el correo electrónico.
Entonces, oí de la boca de Celia algo parecido a una exclamación. No sabría muy bien cómo describir aquel sonido. No era un grito, sino más bien como un chillido, un agudísimo, aunque terrible, temblor que le salía desde la garganta. Me giré al tiempo que terminaba de ponerme la chaqueta. -¿Qué te pasa? -Acaba de llegar un mail. -Sí, un mail, ¿y qué? ¿Qué pasa con ese mail? -Empecé a caminar hacia ella-. ¿Alguna mala noticia? -dije sonriendo-. -Es un mail... -repitió Celia -Lo envía tu padre –afirmóY allí estaba…, un email escrito por su padre muerto o por alguien que le conocía bien, enviado ese mismo día que decía: “Hijo querido: tienes hasta las diez”, preludio de unos cuantos más que irán llegando con una serie de acertijos (como cuando era pequeño) para conducirle quién sabe a qué y con qué finalidad.
Ya lo conté antes: así era como mi padre me recompensaba cuando resolvía los enigmas que él me ponía. Que había una chocolatina como premio SOLO lo sabíamos nosotros dos. Era algo que hacía conmigo y solo conmigo, y nadie más que nosotros lo sabía.
¿Conseguirá Toni desentrañar los mensajes, las pistas, casar todas las piezas del puzzle y averiguar que pretendía con ello su padre?