Al fondo del sendero descubrió algo que le llamó la atención. No era extraño ver gaviotas deambular por el pequeño cementerio de la isla; todo lo contrario: la piedra gris y desalmada de las lápidas permanecía nevada de plumas y cagadas avícolas. Pero la congregación de aquella mañana en el camposanto sobrepasaba la normalidad. Además, parecían nerviosas, violentas, como si disputasen entre ellas la carroña más jugosa. Patas, picos y graznidos.
Dio un paso atrás, pero antes de salir corriendo reparó en que lo que veía por el rabillo del ojo no eran puñados de plumas, sino una formación circular de gaviotas muertas rodeando la cabeza decapitada como en un ritual de secta enfermiza.
Dio un paso atrás, pero antes de salir corriendo reparó en que lo que veía por el rabillo del ojo no eran puñados de plumas, sino una formación circular de gaviotas muertas rodeando la cabeza decapitada como en un ritual de secta enfermiza.