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"Podría decirse que M. «desapareció de la faz de la tierra», «se esfumó», «desapareció sin dejar rastro». ¿Era cierto? ¿Es cierto? Porque nadie está desaparecido de verdad. Todos están en alguna parte, aunque no sepamos dónde. Incluso los muertos, sus restos. En alguna parte.
Mi hermana no está desaparecida, mi hermana está en alguna parte. Escondida, tal vez. O disfrazada. Solo para fastidiarnos. Para fastidiarme a mí. Incluso si Marguerite ya no está viva tiene que estar en alguna parte.
Al menos sus esbeltos huesos. Una melena de pelo rubio plateado claro cayéndole de forma seductora por los hombros. Los restos de los dientes perfectamente perlados, quizá. Esa última mueca de tierra negra compacta con aspecto de triunfo."
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"El viejo se inclinó para hacer un bonito remolino de nata sobre mi helado con sus ojos azules abiertos como platos, concentrados en la esponjosa espiral y el sifón rozándole la mejilla en un gesto elegante y preciso, con la mano muy cerca de la cara. Y justo en el instante en que el viejo se disponía a erguirse de nuevo, el sifón explotó. Bum. Me acuerdo del ruido. El ruido fue lo primero que me aterrorizó. Rebotó contra todas las paredes de la Demo. Y mi corazón se saltó dos latidos.
Luego vi la cara del amable viejecito. El sifón se le había metido dentro, como un coche que se empotra en la fachada de una casa. Le faltaba la mitad. Su cráneo calvo estaba intacto, pero su cara era una mezcla de carne y huesos con un solo ojo dentro de su órbita. Lo vi perfectamente. Me dio tiempo. El ojo pareció sorprendido. El viejo siguió en pie dos segundos, como si su cuerpo hubiera necesitado un momento para darse cuenta de que ahora estaba coronado por una cara en carne viva. Luego se desplomó."
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"Ellas son las madres. Mujeres que soportan embarazos, hijos, pérdidas; mujeres que luchan para salir adelante, para sobrevivir, para proteger a sus hijos y mantener su recuerdo, aunque ni siquiera hayan llegado a nacer. Son las amazonas de los tiempos actuales, madres monstruosas en potencia, mujeres a las que se les ha vetado el derecho a ser consideradas madres, pese a haber engendrado, parido, llorado en silencio, sin que nadie haya intentado comprenderlas.
Son mujeres como cualquier otra. No madres. Mujeres anónimas como yo —¿yo soy una de ellas?— que habitan en los márgenes del mundo, protagonizando siempre papeles secundarios. Cada una de ellas lleva un bebé agarrado a la matriz, un bebé que vive y pervivirá para siempre. Pero si las miras bien adentro, más allá de las pupilas, si te sumerges en las cuencas oculares y atraviesas pozos, ríos, terrenos pantanosos, podrás ver restos de amor, de ternura y de ausencia, de las muchas historias que todavía no han contado."
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"En aquella época, en nuestra región todavía se acostumbraba a pagar a algún pobre para que, tras un fallecimiento, comiera pan y vino al pie del ataúd y dijera estas palabras: «Te doy ahora paz y reposo, pobre hombre, para que no vuelvas a caminar por los campos ni senderos. Y, para que tengas paz, empeño mi alma». Mi abuelo decía que los comepecados habían sido sabios o individuos capaces de calmar los espíritus.
Padre había muerto en pleno ataque de ira, con todos sus pecados encima, y además había muerto con las botas puestas, cosa muy desagradable que no presagiaba nada bueno. Así que madre pensaba que tenía gran necesidad de un devorador de pecados y no admitía consuelo."
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"Solía dejar que el agua me cubriera hasta las rodillas en este tramo del Gunnison, cuando el río todavía bajaba rápido y espumoso por el valle donde nací, sobre el que se alzaba el extenso y solitario parque natural Big Blue. Sabía cómo despertaba mi pueblo, Iola, todas las mañanas, con sus fragantes desayunos y el ajetreo de sus granjas y ranchos. Sabía cómo el amanecer iluminaba el lado oriental de Main Street para luego ir ascendiendo poco a poco hacia el centro del pueblo, cruzar las vías del ferrocarril y el patio de la escuela y alumbrar la única vidriera redonda, azul y roja, de la diminuta iglesia.
Conocía todos los atajos, a todos los vecinos. Sabía cuál era el árbol viejo y retorcido que producía sistemáticamente los melocotones más dulces de la granja de mi familia. Y sabía, quizá mejor que la mayoría de la gente, lo triste que era aquel lugar "