"Hubo momentos, tardes tranquilas, noches tempestuosas, en que Malorie les habló de que llegaría ese día. Sí, había mencionado anteriormente el río. Les había hablado de un viaje.
Tuvo cuidado de no decir nunca que esa sería su «huida» porque no podía soportar que pensaran que sus vidas cotidianas fuesen algo de lo que hubiese que huir.
En lugar de ello, les advirtió que una mañana, en el futuro, los despertaría con prisas y les ordenaría prepararse con el fin de abandonar para siempre la casa. Reparó en que podían detectar su duda, igual que eran capaces de oír cómo se deslizaba una araña por el cristal de una ventana cubierta por cortinas”
Tuvo cuidado de no decir nunca que esa sería su «huida» porque no podía soportar que pensaran que sus vidas cotidianas fuesen algo de lo que hubiese que huir.
En lugar de ello, les advirtió que una mañana, en el futuro, los despertaría con prisas y les ordenaría prepararse con el fin de abandonar para siempre la casa. Reparó en que podían detectar su duda, igual que eran capaces de oír cómo se deslizaba una araña por el cristal de una ventana cubierta por cortinas”
Después, lo único evidente y verídico eran las víctimas, cada vez más y más numerosas. Víctimas que veían algo, cosas que les empujaba a hacer daño a los demás, para luego herirse a ellos mismos. La única solución eficaz conocida para salvarse, para subsistir, era no ver, no mirar.
NO ABRAS LOS OJOS. Hay algo ahí fuera. Algo espantoso, que hace que la gente enloquezca y se suicide ante su sola visión. Nadie sabe qué es ni de dónde viene.Sóla, embarazada, y con su hermana y padres muertos, Malori no tuvo más remedio que arriesgarse a conducir a ciegas: en un anuncio en el periódico, una casa de Riverbridge abre sus puertas a los extraños. Una “casa segura”, dice el anuncio. Un refugio. Un lugar que los propietarios esperan que sirva como santuario ante el creciente número de malas noticias que aumenta a diario.
En su mente, las criaturas se desplazan por campos abiertos sin horizontes. Se acercan a las ventanas de los antiguos hogares y miran con curiosidad a través del cristal. Observan. Examinan. Vigilan. Hacen la única cosa que Malorie no tiene permitido hacer. Mirar...Y ahora, después de casi cinco años viviendo allí, sabe que ha llegado el momento. Sus dos hijos son muy hábiles detectando e identificando todo tipo de sonidos, los ha adiestrado bien y no pueden quedarse más tiempo encerrados. Deben salir en busca de un futuro, para los tres y para ello tendrán que navegar río abajo a través del apocalíptico paraje en el que se ha transformado todo el entorno.
¿Cuán lejos alcanza a oír una persona? Malorie necesita que los niños oigan entre los árboles, entre el viento, en la orilla fangosa que conduce a un mundo entero lleno de seres vivos. Los niños tienen que escuchar.
¿Será capaz de conducirlos a ciegas, remar a ciegas hacia una vida mejor?