Iris es la voz en primera persona de esta narración que empieza con un entierro, el de su abuela Bertha y con la lectura de su testamento.
Para sorpresa de sus tías Harriet, Inga e incluso de su propia madre Christa, ella es la heredera de la pequeña casa de Bootshaven, un pueblecito al Norte de Alemania. Esa casa, con olor a manzanas y a piedra, que ha presenciado tantas vivencias de la familia Deelwater, una familia donde el destino siempre se ha manifestado bajo la forma de una caída, y de una manzana..., cuenta con un hermoso jardín, testigo mudo de tantas caricias, besos, así como de alguna que otra muerte.
Cada rincón evoca su infancia, su adolescencia, las correrías con su prima Rosmarie, fallecida a los 16 años, y con su mejor amiga y vecina Mira, pero sobre todo, los años en los que su abuela empieza a perderse en sus olvidos, a olvidar lo que hace, lo que dice, lo que debería haber hecho y lo que debería haber dicho.
Iris siente que no quiere la casa, son por un lado demasiadas añoranzas tristes, amargas, aunque superadas tajantemente por recuerdos bellos, inolvidables.