“Ya he dado el primer paso, se repitió. Había llegado el momento de dar el segundo. Cerró los ojos un instante y se preparó para lo que estaba a punto de realizar.
Se repitió una vez más que su plan era correcto. No iba a cometer errores. Al contrario, lo que tenía pensado cambiaría el mundo.
No todo el mundo, eso era cierto, sino más bien un micromundo, pero... ¿no dicen los que saben que para alcanzar algo grande hay que empezar por algo pequeño?
Tenía miedo, pero eso estaba bien. El miedo lo espolearía. Sería su motivación. El miedo lo ayudaría a seguir adelante y completar su transformación”
Se repitió una vez más que su plan era correcto. No iba a cometer errores. Al contrario, lo que tenía pensado cambiaría el mundo.
No todo el mundo, eso era cierto, sino más bien un micromundo, pero... ¿no dicen los que saben que para alcanzar algo grande hay que empezar por algo pequeño?
Tenía miedo, pero eso estaba bien. El miedo lo espolearía. Sería su motivación. El miedo lo ayudaría a seguir adelante y completar su transformación”
“Era el mismo miedo que le sobrevino tras su ascenso y se apoderó de ella volviéndola incapaz de abrir la puerta de su despacho, o de abrir la boca ante un grupo de compañeros de trabajo”
Una de esas noches en las que Stephen está de viaje de negocios, un hombre desconocido con la cara deformada llega a casa de los Bridgewater, haciéndose pasar por él. Ha venido en su coche, trae su maletín de trabajo, lleva puesta su ropa, se comporta exactamente como él lo haría y dice las mismas cosas que él diría. Pero no es Stephen.
“Lo más inquietante era su rostro, la expresión de su cara. Aunque... no, eso no es una cara. Es una caricatura. Una deformidad. ¡Dios! El rostro del desconocido estaba plagado de marcas y cicatrices que a la luz de la nevera aún abierta le conferían un aspecto ciertamente fantasmal”
Aunque no parece querer hacerles daño, ella se ve obligada a saltar desde una ventana para ir a pedir ayuda, porque teme por su vida y sobre todo por la de su hijo.
Pero a Sarah la policía no la cree y para colmo, el verdadero Stephen sigue sin aparecer, como si se le hubiera tragado la tierra.
Totalmente desesperada y sin saber ya qué hacer, un día se reencuentra con un antiguo buen amigo de la universidad, el psiquiatra el doctor Mark Behrendt, al que hace mucho tiempo que no ve y que también arrastra su propia fobia: su novia fue atropellada delante de sus narices sin que él pudiera hacer nada por evitarlo.
Mark ha regresado a Londres para asistir al entierro de su antiguo director de tesis, el doctor Otis. Juntos, él y Sarah intentarán averiguar el paradero de Stephen, pero estarán solos en esto, ni siquiera la policía les ayudará.
¿Conseguirán desenmascarar al hombre de la cara marcada que está suplantando la personalidad del marido de Sarah? ¿Averiguar cuales son sus motivos? ¿Volverán a ver a Stephen con vida?