"No se podía decir que no le gustasen los niños, pero sí que formaba parte de ese grupo humano que no descubre su encanto hasta que se convierte en padre o madre. Y que aun cuando ello ocurre, constata con alivio que las únicas criaturas que despiertan su interés y su atención son las propias".
"Todos somos lo que leemos, gran parte de mi personalidad tiene que ver con mis lecturas"
Cuando Prudencia Prim se encuentra con este anuncio en el periódico: "se busca espíritu femenino en absoluto subyugado por el mundo. Capaz de ejercer de bibliotecaria para un caballero y sus libros. Con facilidad para convivir con perros y niños. Mejor sin experiencia laboral. Abstenerse tituladas superiores y posgraduadas", aún sin cumplir los requisitos exigidos, no duda en hacer el equipaje y poner rumbo hacia San Ireneo de Arnois, una floreciente colonia francesa de exiliados del mundo moderno, en busca de una vida sencilla y tranquila, que le permita acallar el ruido de su mente, encontrar el verdadero sentido a su existencia.
La señorita Prim sólo busca realización, perfección, belleza, pero allí se encontrará con un hogar donde todo parece decrépito, unos niños que no parecen niños, que llevan el peso de las conversaciones y que son capaces de mantener charlas del todo inadecuadas para su edad (como Eksi, que a sus siete años y medio escribe historias por entregas para sus hermanos).
Comenzará a ejercer su nueva profesión, ordenando y catalogando los libros para el "hombre del sillón", un ser un tanto extraño, de creencias religiosas extremas, carente de cualquier atisbo de sensibilidad, delicadeza, e intolerablemente dominante.
¿Se integrará Prudencia en su nuevo hogar, con su jefe y los niños? ¿Conseguirá un hueco en los corazones de los vecinos de San Ireneo?